martes, 24 de enero de 2023

Marismas de Santoña

 ¡Hola de nuevo! 

La semana pasada nos dejábamos caer por las inundadas tierras de la Reserva Natural de las Lagunas de Villafáfila para ver la invernada de aves en ambientes agrícolas y humedales de interior. Y el pasado viernes nos subíamos a nuestra furgoneta con un nuevo grupo (alguno repetidor) para visitar el Parque Natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel, como venimos haciendo otros años. El viaje fue una autentica pasada, tanto por el tiempo meteorológico, como por los encuentros con las aves y las especies observadas.

Bando de barnacla carinegra (Branta bernicla)

Salimos de Madrid con el maletero lleno de prismáticos, telescopios y mucha ropa de abrigo en vista de la bajada de las temperaturas. Después de dejar atrás el clima mediterráneo y adentrarnos en el atlántico, acabamos comiendo junto a la Marisma de Joyel para observar su introductoria colección de anátidas y aves acuáticas. Este punto nos serviría de calentamiento para lo que se venía. Allí pudimos ver las primeras espátulas, algunos limícolas como archibebe claro y varias especies de anátidas como porrón europeo, moñudo, ánade friso y ánade real y mucha, mucha focha, entre la que destacaba un ejemplar con abundantes plumas leucísticas lo que le daba un aspecto muy "dálmata".

Con el estómago lleno y los prismáticos calientes fuimos al norte de la reserva, donde la concentración de aves anátidas se disparaba. Allí repetíamos algunas especies pero sumábamos a nuestro listado el elegante ánade rabudo en concentraciones muy interesantes, con varias decenas de ellos entre machos y hembras. Cucharas comunes y un par de silbones europeos empezaban a cerrar el bingo de las anátidas.

Varias especies de anátidas, donde destaca el ánade abudo (Anas acuta). También hay varios ejemplares de focha común (Fulica atra)

A penas habíamos avanzado y pudimos ver un impoluto ejemplar de cormorán moñudo en plumaje reproductor, bastante cerca de la orilla. Se exhibía orgulloso frente a nuestros incrédulos ojos. Al fondo de la ría aparecía la silueta de hasta 5 serretas medianas, con su pico y su despeinada nuca. Muchos la tenían en su lista de aves objetivo de la excursión y pudimos verlas muy cerca. Allí las estuvimos viendo avanzar por la ría, buceando y acicalando su plumaje con la cálida luz del atardecer reflejada en el agua. Al fondo miles de correlimos comunes junto con grupos de chorlitos grises, revoloteaban de isla en isla huyendo de la subida de la marea y peleando por un hueco entre la multitud. Como curiosidad pudimos ver un grupete de unos 10 moritos sobrevolando la ría y entrando junto con garcillas bueyeras a la zona del dormidero. Mientras, ajenas al trasiego de aves, una treintena de espátulas reposa tranquila en una isleta.

Dos de las 5 serretas medianas (Mergus serrator) observadas.

Bando de correlimos común (Calidris alpina) y chorlito gris (Pluvialis apricaria)

Cuando el sol ya había caído nos acercamos al puerto en busca de colimbos y álcidos que suelen rondar esa zona. Allí probamos suerte sin éxito, pero desde el punto de observación pudimos ver la enorme concentración de aves en mitad de la ría. Centenares de barnaclas carinegras, miles de silbones europeos, gaviotas, gaviones, cormoranes, limícolas, negrones comunes y entre todas ellas el famoso eider común de Santoña que, a falta de hembras y con la mejor de sus intenciones, andaba cortejando a las gaviotas sin éxito alguno.


Macho de eider común (Somateria mollisima) realizando movimientos de cortejo.

Casi sin luz regresamos al coche para ir a cenas y a descansar, a primera hora nos subiríamos al barco de Alejandro para que nos llevase al interior de la ría.

Habiendo descansado y con el desayuno en el buche, el madrugón no duele tanto. A las 09.00 estábamos como un reloj junto al "Cofre" el nombre del barco de Alejandro que nos llevaría por el interior de la ría. En primer lugar podemos ver los resultados de la tormenta. Restos vegetales, troncos y ramas arrancados por las riadas y flotando a la deriva con el riesgo que eso supone para los barcos. Salimos despacito, y lo primero que pudimos ver fue el grupo de barnaclas carinegras de fondo. A medida que nos íbamos acercando, el colimbo grande nos interrumpía el paso retrasando nuestra llegada. La presencia de zarapitos reales y trinadores, ostreros, agujas colipintas, gaviones atlánticos y zampullines cuellinegros nos entretenía de camino. Una vez junto a ellas la sensación es única y disfrutamos de la cercanía de un grupo de casi un millar de ejemplares. Se trata de una especie muy hermosa y curiosa.

Buscando aves

Barnaclas carinegras (Branta bernicla)

Bando de barnacla carinegra (Branta bernicla)

Una vez vistas y con alguna serreta mediana intentando robarles protagonismo, continuamos el paseo observando algún que otro colimbo grande, una pareja de negrones especulados, nada habituales en la zona, y hasta 5 especies de gaviotas con patiamarillas, sombrías, reidoras, gaviones y cabecinegras. De vez en cuando la presencia de los charranes patinegros rompía la monotonía de gaviotas. Avanzamos hasta encontrarnos con el primer colimbo chico, una pasada de ave que pudimos observar relativamente cerca. Pudimos ver también al águila pescadora en acción, pescando un pez más grande que ella y siendo perseguida por insistentes e inagotables gaviotas. Somormujos y zampullines cuellinegros se sucedían, aunque el verdadero objetivo era el zampullín cuellirrojo. Este ave, escasa en la península, se estaba viendo por la zona y fuimos en su búsqueda. ¡Qué ave tan preciosa! Aun en plumaje invernal se trata de una especie muy bonita. 

Colimbo grande (Gavia immer) en plumaje invernal

Zampullín cuellirrojo (Podiceps auritus) en plumaje invernal

Colimbo chico (Gavia stellata) en plumaje invernal


Más tarde y después de casi 40 especies a lo largo de la salida dos aves de comportamientos muy pelágicas se cruzaron en nuestro camino. El primero un paíño europeo, que pasó como una flecha dejándonos ver solo su obispillo blanco. Estas aves son muy pelágicas y su observación en la ría está relacionada con los temporales que le han obligado a adentrarse en tierra. Aunque fue fugaz la observación, no dejó de ser curiosa. Más tarde nos toparíamos con un ejemplar adulto de gaviota enana muy posiblemente también impulsado por el temporal hacia el interior. Allí estuvo un rato subiendo y bajando junto al barco, se hizo un momento de silencio y pudimos escucharla además de disfrutarla.

Gaviota enana (Hydrocoloeus minutus) adulta con plumaje de invierno

Cuando ya parecía que habiamos tocado techo, Alejandro, de un salto pide corriendo que se detenga el barco, el paiño estaba junto a la embarcación. Como la ría estaba llena de palos y material vegetal, casi parecía parte del resto de la riada. Muchos de los participantes disfrutaron con su presencia e incluso algunos pudieron contemplar a un ave que pensaban que nunca verían. Ahora sí podíamos poner punto y aparte al capitulo "barco", no sin antes despedirnos de Alejandro, que un año más estuvo perfecto, y del grupo de más de 900 barnaclas carinegras que volaron bucólicamente frente a las nevadas cumbres cántabras.

Paiño europeo (Hydrobate pelagicus) dentro de la ría

Bando de barnacla carinegra (Branta bernicla) volando sobre la ría

Nos dirigimos a los observatorios y pasarelas para observar más y más aves. Desde estas estructuras pudimos detectar enormes bandos de agujas colinegras, grupos de cormoranes, zarapitos reales y trinadores, alguna garza real y paseriformes forestales como el reyezuelo listado, que se movía inquieto entre la vegetación. Comimos en tan impresionante rincón y pudimos sumar a la lista de aves: ánsar común, avefría europea, bisbita pratense y garceta grande. En las charcas cercanas se estaba citando un aves rara en la península, el falaropo picogrueso. Nos acercamos a probar suerte y nos solo vimos uno sino que nos llevamos una sorpresa ¡¡había dos!! Estuvimos observándolos un buen rato con telescopio hasta que se fue alejando entre la vegetación, ¡¡nos pusimos las botas con esta especie!!

Dos falaropos picogruesos (Phalaropus lobatus)

Observando aves desde las pasarelas

Aunque el día se iba nublando el enorme bando de miles y miles de silbones europeos cubrían el cielo de la ría. Parecían intuir lo que estaba a punto de suceder. Lluvia. Ya en el sur del Parque Natural, huimos literalmente de un fuerte nubarrón que descargó sobre nosotros, por lo que decidimos dejar sin visitar la parte sur del espacio e ir a probar suerte con otra de las especies más interesantes, el alca común  que ya nos había dado esquinazo el día anterior. 

Fuimos a probar suerte por la zona en la que se suele mover. Allí nos esperaba un martín pescador con ganas de marcha, cuando al rato apareció, de la nada, un hermoso alca común con plumaje de invierno. Desde la orilla pudimos verla acicalándose el plumaje y preparándose para salir de pesca. Poco a poco s fue acercando hasta que la tuvimos a escasos metros. La cercanía nos permitió ver su éxito de pesca. La vimos perseguir a los bancos de peces y capturar algunos casi en el aire a pesar de su reducido tamaño. Fue un momento muy íntimo que nos regaló este ejemplar y que es posible que no podamos volver a ver jamás desde tan cerca. Otro que apareció para cerrar un grupo fue el colimbo ártico, que se estaba citando por la zona pero no nos habíamos cruzado todavía en su camino. Con este ejemplar veíamos 3 de las 5 especies de colimbos que hay en el mundo.

Alca común (Alca torda) en plumaje invernal

Colimbo ártico (Gavia arctica)

Ya casi de noche, nos despedimos del alca, del colimbo y del martín pescador y regresamos al hotel para cenar y reponer fuerzas antes del día siguiente.

De camino a la Bahía de Santander, destino de este tercer y último día en la costa cantábrica, paramos en Cabo Ajo, un estratégico punto de observación de aves marinas. Desde su rocoso relieve se pueden ver alcatraces atlánticos volando en dirección oeste, principalmente, y de vez en cuando realizando espectaculares picados contra el agua con el fin de capturar el desayuno. Además también pudimos ser testigos del continuo paso de álcas desde el norte de Europa hacia el atlántico. Estas aves de vuelo torpe son fácilmente identificadas de lejos aunque en ocasiones no puede precisarse mucho. Nos lo pasamos en grande identificando álcidos y viendo los espectaculares y escalofriantes picados de los alcatraces.

Vistas y grupo desde los acantilados marinos que nos permitieron localizar a los alcatraces

Nuestra siguiente parada era en Santander, un lugar donde se puede observar varios ejemplares de águila pescadora invernante. Nuestro objetivo era observarlas de cerca durante su vida cotidiana y así fue. La primera que localizamos fue a Cudeyo gracias a su anilla y a la colaboración de los compañeros de Bahía de Santander. Nos contaron que se trata de un águila pescadora francés, que cría cerca de donde nació, en el Bosque de Orleans y que lleva 6 años pasando los inviernos en la Bahía de Santander. En su posadero la vimos comerse tranquilamente el medio pez que quedaba de lo que ella había pescado, solo las cornejas molestonas la hicieron levantarse y cambiar de posadero. Cerca de esta ubicación, veríamos un precioso ejemplar de azor, posado sobre la rama de un árbol, mirándonos detenidamente, y gaviotas reidoras, zampulines comunes, cercetas comunes y porrones moñudos en la parte más encharcada del espacio. Aunque sin duda nos sorprendió encontrar de nuevo otro ejemplar de falaropo picogrueso, lo que muestra la intensidad y persistencia de las tormentas, causando el desplazamiento de muchas aves al interior de la costa.

Finalmente nos acercamos al sur de la Bahía, al último punto de nuestro plan para tratar de sumar más especies, cosa que empezaba a ser difícil viendo la variada y completa lista que portábamos. En la laguna, estaban casi todas las anátidas rabudos, cercetas, frisos, azulones, cucharas y porrones europeos y moñudos. Una enorme variedad que se mezclaba con cormoranes, gaviotas reidora, sombría, patiamarilla y varios ejemplares de aguilucho lagunero. Dimos un paseo aumentando la lista con varios ejemplares de jilguero lúgano, que rondaban la zona más forestal del humedal, lavanderas cascadeñas y alguna otra ave que se nos había escapado a lo largo del viaje. 

Lo que más nos sorprendió fue encontrarnos con 3 ejemplares de gaviota enana y un falaropo picogrueso muy confiado. Estas aves raras, a raíz de las tormentas, estaban empezando a perder interés con todas las observaciones realizadas. Lo que esta claro, es que el temporal ha obligado a estas y otras aves a refugiarse en el interior para nuestro beneficio.

Con el bocata en el estómago y el listado total enumerado, nos despedimos del norte, guardamos los telescopios, los prismáticos, las guías, y otros cachivaches de pajareo y pusimos rumbo Madrid sabiendo que había sido un viaje fantástico y obligándonos a repetir el año que viene. por tanto una vez más sería un:

¡Hasta pronto Santoña!



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