martes, 25 de octubre de 2016

Aves de las cimas, Ubiña

Desde la parte más baja de los valles, se llega a los últimos pueblos antes de los grandes macizos. Aldeas y poblaciones construidos casi en vertical, cuyas calles y avenidas no son mas que subidas y bajadas. Esta es la pista que nos recuerda que nos encontramos a más de 1.500 metros sobre el nivel del mar. A estas altitudes es fácil plantearse cómo se desarrollará la vida en las laderas escarpadas y rocosas, o entre las grietas y cuevas que aparecen en la roca. La supervivencia de muchas especies, y en concreto de las aves, dependerá de su astucia o de su adaptación al medio.


Las montañas siempre han sido formaciones rocosas que nos asombran. Sus escarpados relieves, lo apuntado de sus cimas y el aspecto dentado de las cordilleras son características que nos llaman la mucho atención. Estos y otras muchos aspectos son la carta de presentación de un macizo hermoso pero poco quizás no tan conocido como otros lugares montañosos de la península. El Macizo de Ubiña es una pequeña comarca montañosa situada en el norte de España -Asturias- y que forma parte de la Cordillera Cantábrica. Con más de 50 cumbres, muchas de ellas con más de 2.000 metros de altitud, es el Peña Ubiña (2.411 m) el que le da el nombre al macizo. Es en esta maravillosa montaña, considerada una de las más bonitas de la Cordillera Cantábrica, se desarrolla la búsqueda de las aves que logran, año tras año, sobrevivir en estos parajes.

Vistas desde la subida al Peña Ubiña (2.411 m).

Un poco antes de salir de uno de estos últimos pueblos de montaña, cuyas fuentes dan un agua fresca y limpia, se pueden ver las primeras especies que se han acostumbrado a la vida alpina. Aunque son habituales de otros lugares, también saben explotar los recursos de zonas con relieve mucho más accidentado. Un claro ejemplo es la gran cantidad de colonias de avión común, especie también presente en zonas de menor altitud, que gozan de la tranquilidad de estos valles.

Pollos de avión común (Delichon urbicum) asomando del nido.
Suelen poner sus nidos en edificios o construcciones y en paredes rocosas, hasta los 2.500 m.
Avión común (Delichon urbicum) adulto cebando a los pollos.
Es una especie muy gregaria y anida en colonias que en ocasiones llegan a las 100 parejas.

Entre tanto avión común volando incesantemente para capturar los insectos voladores que servirán de alimento a sus pollos, se pueden observar también varios vencejos comunes y algunos ejemplares de golondrina común, dos especies que también explotan el mismo recurso.

Tanto movimiento, distrae a un pequeño pollo de lavandera blanca que pasa sus primeros meses de vida entre las tejas de esta casa viendo pasar una y otra vez a estas y otras muchas aves como gorriones comunes, estorninos negros o serines verdecillos.

Pollo de lavandera blanca (Motacilla alba).
Como se ve, los juveniles son grisáceos y uniformes, frente a los colores negros de los adultos.

Las laderas de subida al pico son extensas superficies de pastos verdes por los que el ganado se mueve con confianza. Salpicados por pequeñas laderas rocosas o canchales, que son depósitos de rocas en la base de las laderas, se ven los primeros habitantes del lugar. El colirrojo tizón, bien distribuido por el resto de la península, también logra, entre las rocas, construir su nido y sacar adelante las futuras generaciones que ocuparán el enclave.

Algo menos dependiente del sustrato rocoso que el colirrojo tizón, el bisbita alpino es una especie muy singular, cuyas poblaciones reproductoras se limitan a estos pastos de alta montaña, aunque en invierno los abandona. De pecho liso, gran ceja clara y plumas oscuras de las cobertoras, emite su breve reclamo que recuerda al de las lavanderas.

Bisbita alpino (Anthus spinoletta).
Su breve pero duro "tsiip" resuena en el silencio de la ladera.
Bisbita alpino (Anthus spinoletta).
Hasta los 2.500 metros y si hay laderas de pastos, se podrá seguir viendo a esta especie.

Al llegar al final de la ladera y barrer con los prismáticos el espacio aéreo en busca de más habitantes de las rocosas paredes que escoltan el camino hacia Peña Ubiña, se pueden localizar algunas grandes rapaces como el alimoche común, que en un vuelo poderoso avanza en busca de carroña. A pesar de su aspecto, el alimoche es el más pequeño de los buitres.

Alimoche común (Neophron percnopterus).
De color blanco sucio con plumas de vuelo negras y cola en forma de cuña.

El abundancia relativa de aves en las zonas alpinas no es la misma que la de un bosque o un humedal. La altitud y la disponibilidad, así como las temperaturas extremas del invierno, son factores limitantes, que frenan la colonización de estos escarpados lugares. 

Sin embargo, la reducida cantidad de aves, se compensa con la diversidad específica. Las aves que viven en estos lugares, en muchas ocasiones, solo lo hacen aquí, por lo tanto nos encontramos con verdaderos especialistas en sobrevivir en las cimas más altas de los macizos. Como el gorrión alpino que, como su nombre indica, solo vive en alta montaña y rara vez a menos de 1.800 m.

Pareja de gorrión alpino (Montifringilla nivlais).
De colores blancos que le sirven para pasar desapercibido entre los neveros que frecuenta.

Según se continúa el camino que sube al Peña Ubiña, no se puede evitar quedar asombrado por la habilidad que tienen algunos animales para moverse por el lugar. Es muy habitual que en subidas de alta montaña como esta, nos encontremos con pequeñas manadas de rebecos que tienden a escapar hacia zonas más seguras para ellos, paredes verticales y acantilados por los que parece imposible pasar.

Manada de rebecos (Rupicapra rupicapra).

Entre tanto, aparece y se asoma a curiosear, un pequeño pero colorido habitante de las rocas. Es el roquero rojo, en este caso una hembra que se acerca a uno de los pequeños riachuelos formados por el deshielo de las nieves. Ella no es tan colorida como los machos, que en el periodo estival lucen unos rojos y azules muy bonitos, pero sigue siendo igual de bonito y agradable dar con esta especie, en ocasiones, muy tímida.

Hembra de roquero rojo (Monticola saxatilis).
Curiosa, tímida y precavida, se va acercando poco a poco hasta el riachuelo.

Las últimas laderas de pastos, antes de comenzar una subida casi vertical y pedregosa, están hasta arriba de dos lugareños. Son de color negro, muy ruidosas y les encanta volar en grandes bandos. ¡¡Efectivamente!! Se trata de las dos especie de chova de nuestro territorio, la chova piquirroja y la chova piquigualda. Más común y distribuida esta última, que se puede ver incluso en el centro y sur de la península, aunque siempre asociada a lugares accidentados y rocosos. Por otro lado la piquigualda es limitada a la Cordillera Cantábrica y los Pirineos, toda una experta en supervivencia de este lugar.

Pareja de chova piquigualda (Pyrrhocorax graculus).
Solo cría en zonas alpinas, rara vez a menos de 1.00 metros.
Pareja de chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax).
Es muy habitual verla en bandos que le sirven para localizar mejor el alimento.

Una vez en la cima, se pude ver todo el macizo, la nieve de la cumbre en pleno julio y las laderas por las que se sube, que cada vez son más rocosas. Mientras se descansa en la cima, se puede repetir el mismo barrido con los prismáticos que en las laderas anteriores pudiendo ver esta vez buitres leonados, que con un poco de suerte pueden pasar muy bajos.

Buitre leonado (Gyps fulvus).
Es una rapaz muy planeadora que alcanza esta altura gracias a las corrientes ascendentes de aire caliente.

Cuando hay coger el camino de bajada, cuesta abandonar tan maravillosos lugar, pues las vistas desde arriba son magníficas. Decenas de picos que recuerdan a la dentadura de un carnívoro, decoran un paisaje infinito de tonos verdes, amarillos y azules. La temperatura en verano es mucho más fresca, pero lo mejor es que, en la cima, el silencio es único y la tranquilidad relajante, quizás estos dos factores son lo que tanto atrae a estas aves alpinas

martes, 18 de octubre de 2016

Dos caras del Sureste

A media hora de la capital, el Parque Regional del Sureste es un complejo de lagunas procedentes de la inundación de antiguas graveras y zonas de extracción de áridos que han recuperado un aspecto algo más natural. Los tarays, el carrizo y otra vegetación típica de estos lugares se han ido haciendo un hueco junto a la orilla, dando un aspecto de recuperación al enclave. La presencia de estos lugares inundados pasa en ocasiones desapercibida para nosotros, pero no para la avifauna. Las aves han logrado encontrar beneficios, pero ¿los hay durante todo el año?


En una de las escapadas para huir de la ajetreada vida en la ciudad, fui a parar al sureste madrileño, un destino conocido que nunca defrauda. Por casualidad y sin intención alguna fui a dar con un pequeño humedal, dentro de los límites del parque, totalmente nuevo para mi. La primera visita ocurrió durante el verano (finales de junio), aprovechando los días cálidos y soleados, y fue tan sorprendente que repetí y la siguiente fue al llegar las lluvias de este otoño tan inusual (la semana pasada). 

Caminando por el perímetro del humedal las aves acuáticas reinan en este pequeño territorio. Suya es la superficie del agua, aunque algunos hagan uso de sus fondos, escapando de cualquier peligro con rápidas inmersiones. 

Zampullín común (Tachybaptus rufficolis) plumaje reproductor.
Ahora mismo quedan pocos zampullines con este aspecto en el humedal.
Zampullín común (Tachybaptus rufficolis) plumaje invernal.
Este es el aspecto de la mayoría de los zampullines de la laguna.

Hablamos de esta especie, el zampullín común, que se esconde entre la vegetación para no ser visto y que en la época de reproducción presenta los colores oscuros de la primera foto, mientras que estos días ya se les puede ver con el plumaje típico de invierno.

Los cormoranes llegan en invierno y se ven apoyados en ramas secas, un recurso abundante en este humedal y que permite ver bien a las especies tan esquivas como el avetorillo. Aunque es muy raro verlo estos días por el humedal, por sus hábitos estivales, durante esa época aprovecha las ramas secas que sobresalen del carrizo o justo por encima del agua.

Avetorillo común (Ixobrychus minutus).
Sus hábitos estivales lo hacen extremadamente raro estos días en el humedal.

Esta pequeña garza es bastante solitaria, justo lo opuesto que su pariente la garcilla bueyera que en invierno se junta en grandísimos bandos encima de los tarays. En general las garcillas bueyeras, las garcetas o las garzas reales son ahora bastante más abundantes en el humedal que en el periodo reproductor.

Garcilla bueyera (Bubulcus ibis).
Garcetas comunes (Egretta garzetta).
Esta especies se junta con garzas reales y descansan juntas en esta época entre el carrizo.
Garcillas bueyeras (Bubulcus ibis).
En la época estival los bandos son de este tamaño, ahora pueden llegar a los 200 ejemplares.
Garza real (Ardea cinerea) en vuelo.
Si se acude estos días al humedal se pueden ver varios ejemplares entre bandos de garcetas.

Las actividades de las aves en el humedal son completamente diferentes de un momento del año a otro. Por ejemplo, mientras que en la visita de junio las cigüeñas se encontraban pescando cangrejos de río en el Jarama, ahora cogen las pocas corrientes de aire ascendente para poner rumbo al sur, donde cruzarán el Estrecho de Gibraltar. 

Cigüeña blanca (Ciconia ciconia).
La actividad de las cigüeñas es más solitaria en junio cuando pesca para sus pollos.
Bando de cigüeñas blancas (Ciconia ciconia).
La migración de las cigüeñas. Ahora en el humedal es frecuente esta escena.

Y es que los cambios migratorios están a la orden del día. Ya están llegando la mayoría de las anátidas que pasarán el invierno en nuestro territorio. Este es el caso del ánade rabudo, la cerceta común, la cuchara o el porrrón moñudo. También llegan un montón de ánades azulones, porrones europeos o ánades frisos, efectivos del norte de Europa que vienen a pasar un ivierno algo más templado aunque son especies abundantes en los meses de primavera y verano. La riqueza y abundancia actual del humedal es mucho mejor que durante la época de cría.


Porrón europeo (Aythya ferina) hembra.
En primavera muchos reproductores de esta especie ponen rumbo al norte, Europa.
Pareja de ánades rabudos (Anas acuta).
Una especie presente únicamente durante el invierno.
Cuchara común (Anas clypeata) macho.
Su pequeña población reproductora aumenta con la llegada de invernantes europeos.
Cerceta común (Anas crecca) macho.
No está presente en la primavera ni el verano, llega en otoño para pasar aquí el inveirno.
Ánade friso (Anas strepera) macho.
Es habitual durante la época de nidificación, pero estos días se ven más ejemplares.
Grupo de porrones europeos (Aythya ferina).
En otoño los reproductores de Europa vuelven a sus áreas de invernada.
Porrón moñudo (Aythya fuligula) macho.
Entre tanto porrón europeo se puede encontrar alguno moñudo en invernada.
Grupo de ánades azulones (Anas platyrhynchos).
Ahora se sienten más seguros en bandos que durante la época reproductora.

Las rapaces no tienen muy buena representación en este pequeño enclave. A penas algún milano real se ve de vez en cuando campear por los alrededores de las alguna. A diferencia que su pariente el milano negro, las poblaciones del real reciben una importante llegada de invernantes desde centroeuropa.

Milano real (Milvus milvus).
Más habitual en invierno, pero esta imagen cerciora su presencia todo el año.

Las fochas son aves muy comunes de ecosistemas de aguas dulces como este. Durante la época reproductora se ven bastantes ejemplares en humedales del interior, grupos pequeños,o adultos junto a sus pollos. Sin embargo, al llegar octubre el número de fochas se dispara y son mucho más abundantes que durante la época de nidificación.

Varias fochas comunes (Fulica atra).
Mucho más abundantes desde que llegaron al humedal en otoño.

Si hay un grupo que marque la diferencia entre la época estival y la invernal, son las golondrinas y aviones. En la visita de junio, los dueños de todos los insectos voladores del humedal son los aviones zapadores, que vuelan a ras del agua capturando insectos que llevan más adelante a sus nidos. Sin embargo, los meses pasan y comienza a acercarse el momento de poner rumbo al sur. En este preciso momento, los pocos aviones zapadores que no se han ido todavía, se juntan con grandes bandos de golondrinas comúnes, alguna dáurica y tímidos aviones comunes para poner todos juntos rumbo al continente africano.

Bando de aviones zapadores (Riparia riparia).
Aspecto de los posaderos en la primera visita al humedal.
Avión común (Delichuon urbicum) junto a golondrinas comunes.
Ahora en invierno los posaderos son más mixtos.
Avión zapador (Riparia riparia) junto a golondrinas comunes.
Quedan ya pocos aviones zapadores, suelen ser de los primeros en volar al continente africano.
Bando de golondrinas comunes (Hirundo rústica).
Hasta finales de octubre y principios de noviembre serán ellas las reinas del humedal.

Es curioso poder ver a estas tres aves juntas en el mismo posadero, recuperando fuerzas antes de seguir a delante con una de las travesías más famosas de nuestra fauna, la marcha de las golondrinas.

La llegada de otra ave europea, el petirrojo, deja clara que el invierno se acerca. Sus cantos son más habituales ahora que en otra época del año, puesto que la población española recibe la llegada y el paso de aves del centro y norte de Europa. Es habitual de bosques y sotos, pero en invierno puede cambiar mucho de hábitat.

Petirrojo europeo (Erithacus rubecula)
Ave de hábitos europeos que es más frecuente ahora en el humedal que en la anterior visita.
Ruiseñor pechiazul (Luscinia svecica).
La aparición de esta ave en el humedal delata las dos caras de los ecosistemas.

Algo similar le ocurre a un pariente cercano, el ruiseñor pechiazul. Es una especie muy típica de matorrales montanos, pero que al llegar el invierno se acerca hasta los carrizales y otra vegetación palustre. Es curioso que hayan elegido este humedal para pasar el invierno tanto el petirrojo como el pechiazul.

El que sí es fiel a su territorio y su humedal es el cetia ruiseñor. Cantarín y alegre pasa todo el año en este territorio, a penas se ve diferencia de abundancia entre las dos visitas. Algo totalmente diferente a los hábitos de un compañero de carrizo, el carricero tordal cuya presencia se limita a los meses más calurosos. Este es otro claro ejemplo de las dos caras de este humedal, la más veraniega y la de la temporada de lluvias.

Cetia ruiseñor (Cetia cetti)
Calentándose al sol del verano entre el carrizo verde.
Cetia ruiseñor (Cetia cetti)
Igual de inquieto y cantarín que la pasada época de nidificación, se le ve por todo el humedal.
Carricero tordal (Acrocephalus arundinaceus)
Su presencia se limita a los meses de verano y primavera, ahora no se encuentra en la laguna.

Paseando durante el verano, hemos podido apuntar aves estivales de todos los colores y tamaños, mientras que el invierno atrae a otras aves totalmente diferentes. Entre ellas un diminuto viajero que llega desde el norte de Europa huyendo de su duro invierno, el mosquitero común. Justo la cara opuesta al carricero tordal. El mismo humedal pero dos caras completamente diferentes que hacen parecer a este enclave dos lugares distintos en función de la época.

Mosquqietro común (Phylloscopus collybita)
Ave estrictamente invernal dentro del enclave del sureste.

Hay aves que nunca, o casi nunca cambian sus hábitos. Los mitos se ven fácilmente en el humedal durante todo el año, al igual que los curiosos herrerillos, que estos días que no están los carriceros, son ellos los que ocupan sus posaderos favoritos.

Herrerillo común (Cyanistes caeruleus)
El herrerillo que se creía un carricero.

Otras de las aves que a penas modifica sus costumbres de una temporada a otra es el pájaro-moscón, una ves relativamente abundante en este lugar. Sí es verdad que algunas aves centroeuropeas llegan a España para pasar el invierno, pero fácilmente se puede ver a estos diminutos péndulos de los carrizos durante todo el año picotear las "plumas" de estas plantas.

Pájaro-moscón europeo (Remiz pendulius)
Alimentándose en las plumas del carrizo.
Pequeño grupo de pájaro-moscón europeo (Remiz pendulius).
Jóvenes tras la época de cría.
Pájaro-moscón europeo (Remiz pendulius)
Durante la época invernal también se les puede ver entre el carrizo, pero su antifaz no es tan llamativo.

Los estorninos, los gorriones morunos y molineros simplemente cambian sus hábitos y dejan de ser lo solitarios que son durante la época de cría, a juntarse en enormes bandos, muchas veces mixtos. Estos comportamientos tan gregarios les hacen sentirse más seguros, a la vez que aumentan sus probabilidades de encontrara alimento durante el invierno, una época de escasez.

Estorninos negros (Sturnus unicolor).
Ejemplares de un gran bando invernal.
Gorrión moruno (Passer hispaniolensis) macho.
Pequeños bandos de morunos pueden concentrar más de 40 aves. 
Gorrión molinero (Passer montanus)
Aunque no forma bandos tan grandes, estos días es habitual verlos mas o menos juntos.

Sin duda acudir a un lugar en dos épocas completamente diferentes abre la mente y hace comprender la complejidad de los ecosistemas. Los beneficios que pueden ser imprescindibles para una especie en verano, no lo son para otras en invierno y viceversa.