martes, 4 de octubre de 2016

Rincones del Lozoya

Tranquilamente y con un tentempié, se puede disfrutar de un paseo agradable por el valle de uno de los afluentes del Jarama, el Lozoya. Rápidamente una diversidad de fauna se cruza en tu camino, a escasos metros de donde aparcaste el coche. Lavanderas boyeras, escribanos soteños, urracas o tarabillas una verdadera maravilla por la que envidiar a los vecinos de este precioso valle.


El susurreante sonido del río comienza a guiarte hacia el interior de un robledal, todavía verde gracias a la humedad que inunda el ambiente. El viento mueve las hojas y se percibe la ligera entrada del otoño cuando algunas de sus hojas comienzan a caer al suelo. Entre tanto, un pequeño duende entra en escena, un duende ruidoso y nervioso. Mueves la cabeza a un lado y al otro intentando evitar las ramas que no te dejan ver bien y consigues dar con él, se trata de un arrendajo euroasiático. 

Arrendajo euroasiático (Garrulus glandarius).
Atención a las marcas azules de las alas, un diseño único de esta especie.

Como sabes que es uno de los córvidos más bonitos, te quedas observándole saltar de rama en rama hasta que entra en la densidad del bosque y tu vista no logra distinguirlo. ¡Qué hermoso encuentro! Aunque son relativamente grandes, son bastante asustadizos e huidizos por lo que dar con él ha sido gratificante aunque haya sido por unos minutos. 

Continuas caminando con los sentidos en alerta, pues sabes que todavía es la época en la que las aves cantan casi sin descanso. Por si fuera poco, te encuentras en el valle del Lozoya, uno de los mejores bosques donde poder escuchar un reclamo muy peculiar que comienza a resultarte familiar. Es el canto del mosquitero papialbo el más pálido de los mosquiteros (género Phylloscopus).

Mosquitero papialbo (Phylloscopus bonelli)
De vientre pálido y colores pardos claros, entona su reclamo chu-ii

No quitas la vista del fresno en el que se encuentra, porque a pesar de que está cantando delante de tus narices, no consigues distinguirlo bien. ¡Por fin! Ahí esta, visible sobre una rama pero claro, cómo lo iba a ver si apenas supera los 7 gramos. Lo cierto es que hay que ver lo sorprendentes que son estas aves, con su diminuto tamaño y son capaces de estar atravesando ahora mismo el desierto más cálido del mundo en dirección a sus cuarteles de invernada.

Mientras avanzas por ese camino, que parece que se lo va a tragar el bosque, otros habitantes le dan encanto al recorrido. Sus cantos y sus colores la verdad es que son únicos, asique, cámara en mano te quedas mirando entre el sotobosque y las ramas más bajas de los fresnos y los robles, esperando impaciente que aparezca el ave de pecho rojo, el petirrojo europeo, bastante más confiado que el resto de especies forestales.

En su lugar, y en ramas algo más altas, avanza sin discreción un precioso macho de pinzón vulgar. Por supuesto no desaprovechas la oportunidad para tomar unas fotos de esta especie tan gregaria en invierno, pero que todavía se la puede ver en parejas o en solitario.

Pinzón vulgar (Fringillia coelebs) macho.
Posado se le diferencia correctamente, mientras que en vuelo hay que fijarse en esas marcas blancas.
Petirrojo europeo (Erithacus rubecula) con ceba.
Entre las ramas bajas o en la madera caída, se deja ver con facilidad.

Finalmente y después de que el pinzón se marchara, logras dar con el hermoso petirrojo europeo, al que en estos instantes le dan los rayos del sol justo en la pechera anaranjada, destacando mucho más este color único del bosque. Una imagen que plasmas en tu cámara y que quedará como recuerdo. Entre tanto, este petirrojo sigue buscando a su pequeñajo de pintas claras, que le espera en los alrededores.

Aunque parezca extraño, no es el único que todavía está pendiente de sus pollos. En cuanto se empieza a abrir el bosque y los primeros grandes árboles aparecen destacando sobre los demás, se deja ver fácilmente, en lo alto de estos, una silueta conocida, esta vez acompañada de tres cabecitas pedigüeñas.

Cigüeña blanca (Ciconia ciconia) nido con pollos.
Estas grandes estructuras necesitan estar apoyadas sobre un buen árbol, para evitar accidentes.

De menor tamaño, pero también pendiente de cada movimiento de su madre, el pollo de colirrojo tizón se mantiene cerca de la antigua ubicación del nido, un muro de piedra que separa las grandes dehesas que comienzan a cubrir la superficie del valle del Lozoya. Los fresnos dispersos y el pequeño pastizal de herbáceas es el lugar de caza y por tanto la despensa que ayudará a sus progenitores a llenar el buche de este insistente pollo.

Colirrojo tizón (Phoenicurus ochruros) pollo y hembra.
Vigilante desde el muro, el pollo está atento a los movimientos de su madre a la espera de comida.

Según avanzas por el camino,vas fijándote que poco a poco y cada vez más el bosque va dejando claros a uno y otro lado del camino, dejando visible el interior de algunas de estas fincas con matorral o bosque adehesado. Esto provoca una aumento de la diversidad y comienzan a aparecer aves menos forestales y propios de terrenos abiertos y con matorral.

Este es el caso de la especie emblema del valle, el alcaudón dorsirrojo, perseguidor de grandes escarabajos y el más norteño de su género (Lanius). Su distribución se reduce a la mitad norte de la Península y algunas cordilleras con bosques húmedos como este. ¡Menuda suerte!

Alcaudón dorsirrojo (Lanius collurio).
El valle del Lozoya es un buen enclave, pues la Sierra de Madrid goza de una buena población.

Las aguas que provienen del Lozoya y nutren estos terrenos, afloran en determinados tramos de la ruta tan pictórica por la que vas avanzando. En ese preciso momento se forman una serie de encharcaciones que atraen, y mucho a pequeños grupos de aves que aprovechan estas oportunidades para bañarse e hidratarse, sobre todo ahora de madrugada.

Mirlos, pinzones, petirrojos y otras especies más tímidas se acercan a saciar su sed y darle un lavado a su plumaje. Esta es una buena oportunidad y te quedas mirando, viendo como delicadamente sumergen su pico, o como chapotean para que el agua les empape las plumas. Entre tanto te sorprendes al ver que una de las especies que se ha acercado a este "oasis" en la curruca mosquitera, poco común y de difícil identificación.

Curruca mosquitera (Sylvia borin)
Su aspecto recuerda al de un mosquitero, pero presenta un collar gris en el que hay que fijarse.

Como vas viendo, el bosque comienza a transformarse en una dehesa de fresnos y otras especies. Con el agradable sonido del agua del Lozoya sigues el camino, que ahora atraviesa zonas bastante abiertas donde especies como el cantarín escribano triguero te da la bienvenida con su inconfundible reclamo. Otra especie que también utiliza los terrenos abiertos con cierto arbolado como escenario para sus trinos, es la curruca zarcera a la que sorprendes entonando uno de sus reclamos.

Escribano triguero (Emberiza calandra)
Sobre una rama seca y visible, se le puede oír desde casi cualquier lado.
Curruca zarcera (Sylvia communis) macho.
Es muy fácil verla cantar en lugares como este, donde se la identifica fácilmente.

El calor que todavía precede al otoño comienza a apretar y vas buscando sombra a lo largo del recorrido. Paras al fresco de un alto fresno y te sientas a tomar un poco de agua y reponer fuerzas, pues ya has recorrido gran parte del valle. En el tiempo que te tomas para coger aire y estirar las piernas, una gran sombra se dibuja en el suelo. Levantas la vista con la mano a modo de visera para evitar los rayos intensos de luz, y ves, en la copa de uno de los chopos que acompañan al Lozoya una gran corneja negra. Quizás espere a sus compañeras o esté ahí sola por algún  motivo hasta ahora desconocido.

Tras un rato largo, te pones en pie y sigues adelante con tu travesía, mirando hacia algo que se mueve en la rama de un árbol. Sacas los prismáticos y ves una pequeña gorriona con una extraña mancha amarilla. ¿Pero qué...? En seguida caes en que se trata de un gorrión chillón y no de una hembra de gorrión común. Menuda confusión más tonta.

Corneja negra (Corvus corone)
Un tamaño medio y su pico menos robusto, son las claves para diferenciarla del cuervo.
Gorrión chillón (Petronia petronia)
Su presencia es muy típica de dehesas, casetas o cantiles.

La presencia de este último habitante delata lo cerca que comienzas a estar de algún núcleo de población. Sus nidos los instala en ruinas, puentes o casas de labranza aunque también en otros sustratos más naturales. Sin embargo, una red de cableado de teléfono también hace evidente que estás llegando a algún pueblo de la sierra madrileña. Estos cables en ocasiones sirven a muchas aves para posarse y cantar sin reparo o para calentarse al sol de madrugada.

Seguro que antes los has visto llenos de estorninos, palomas torcaces, urracas, tórtolas y en ocasiones alguna rapaz. Por el camino que recorres y según avanzas, son los carboneros comunes o el serín verdecillo los que "cuelgan" esta vez, añadiendo un poco de color a tan feo cableado. Sin embargo, la que más llama tu atención es la golondrina común, que se posa en uno de los cables y deja ver su garganta de color rojo intenso.

Carbonero común (Parus major) macho
Sale de su lugar favorito, el bosque, para posarse en este cable, donde es más visible.
Serín verdecillo (Serinus serinus) macho
Llamativo y colorido, el verdecillo prefiere en ocasiones entonar su reclamo desde aquí.
Golondrina común (Hirundo rustica)
Muy habitual verlas colgadas de estos cables en o cerca de núcleos rurales.

Ahora sí, entras dentro del pueblo que llevas intuyendo desde hace un par de kilómetros. El olor a leña, a pan recién hecho y a sierra, mejoran con creces el aspecto del pueblo ya de por sí encantador. Geranios colgando de los balcones, puertas de las casas abiertas, y artículos artesanales en las tiendas de la plaza te hacen dejar de prestar atención a las aves por un momento. Aunque tarde o temprano vuelves a mirar para arriba, y es estos tejados están repletos de pequeños grupos gorriones o machos de estornino común entonando para sus chicas.

Gorrión común (Passer domesticus) macho.
Sobre los tejados se va moviendo a saltos en busca de semillas.
Estornino negro (Sturnus unicolor) macho.
Las largas plumas de la garganta delatan el sexo de este estornino.

Tras este pequeño pero intenso viaje a través de algunos de los rincones más mágicos del valle del Lozoya, se puede observar que desde los bosques más densos hasta los pequeños y encantadores pueblos por los que pasa este río tan entrañable, existe una diversidad única, un tesoro del que pueden presumir orgullosos los vecinos del valle. Ahora solo nos queda una tarea, cuidar este tesoro.

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