Para el pasado 20 de diciembre teníamos programado un viaje a Andujar para intentar observar lince ibérico. Salimos desde Madrid con muchas ganas y buen tiempo. Durante el viaje fuimos hablando de nuestras experiencias con el lince. Para algunos era la primera vez, para otros era una oportunidad de reencontrarse con ese viejo conocido con el que hace años que no se cruzan. El viaje prometía.
Lince ibérico |
Nuestra primera parada del viaje sería la orilla del río Jándula, donde en 2019 ya nos cruzamos con el lince. Allí es territorio de águila imperial y no tardamos en dar con una pareja que ya andaba reclamando. Los aviones roqueros revoloteaban cerca de las rocas que escoltan al río. En la ribera un montón de fringílidos como pinzones, jilgueros, verdecillos y sobre todo mucho picogrodo se movía por la desnuda orla forestal. Los mosquiteros, los carboneros y herrerillos y los petirrojos resonaban sin parar.
Águila imperial ibérica |
Más abajo en el río las lavanderas, tanto la blanca, como la cascadeña adornan el río y un escandaloso andarríos grande levanta de su escondite. La verdad que el paisaje es espectacular y la avifauna se escucha por todas partes entremezclada con el sonido del agua corriendo entre las piedras. La paz de este lugar solo la puede interrumpir el grito de la garza real o los gruñidos de los cormoranes, que se acumulan en los fresnos como bolas negras gigantes de un árbol de navidad sin hojas.
Tras una buena mañana de casi 40 especies de aves observadas en un pequeño tramo del río nos sentamos a comer en su orilla. Por ahora no había indicios del lince, sin embargo en el agua, una pequeña hilera de burbujas se dibuja en la superficie del Jándula. ¡Nutria! Así lo anunció una de nuestras participantes y efectivamente, allí estaba, sobre una roca, con el cuerpo totalmente fuera, observándonos comernos nuestros bocatas en la orilla opuesta. Con los prismáticos en la mano la vimos avanzar y desaparecer entre los meandros del río. Un avistamiento algo fugaz pero maravilloso.
Nutria en el Jándula
Con el estómago lleno y una larga lista de observaciones de aves, más la nutria, iniciamos el camino de vuelta con el sol empezando a caer. Desde el camino ya observábamos los primeros ciervos pastando entre las encinas y en los claros, sin embargo, en nuestro primer intento fallamos el encuentro con el lince, aunque no estaba todo acabado.
Al atardecer teníamos preparado un nuevo punto de observación, por lo que nos montamos en el vehículo y nos metimos en carretera con ganas de darle una nueva oportunidad al lince.
De camino atravesamos varias fincas privadas donde ciervos y gamos empezaban a salir y a cruzarse en nuestro camino. Aunque muchos ya hayamos visto en varias ocasiones al lince, nos comían los nervios, por eso íbamos parando cada cierto tiempo y mirando meticulosamente detrás de cada roca, matorral o loma, con ganas de localizar esa silueta tan inconfundible.
A medida que nos acercábamos a la zona buena aparecían los primeros coches aparcados. Pasamos varios aparcamientos improvisados hasta que nos detuvimos en uno que nos daba buena espina. Nos bajamos casi con lo puesto. Allí nos confirmaron que el lince andaba cerca, ¡lo habían visto hacia unos escasos minutos!
Allí esperamos un buen rato y como un flash apareció y desapareció entre unas rocas. Aunque no todos lograron verlo seguimos buscando entre las rocas hasta que pudimos apreciar como dos jóvenes cachorros jugaban tras unas rocas mientras su madre vigilaba el entorno. ¡Menuda pasada! Habíamos localizado a esta preciosa familia.
Trasero de lince ibérico |
Secuencia de juego de los cachorros de lince ibérico |
Aunque las observaciones fueron fugaces, uno de los ejemplares decidió acercarse algo más y colocarse sobre una de las rocas para poder vigilar mejor e incluso luego se quedó ensimismada con algo que había en el suelo, lo que nos dio la oportunidad de verla perfectamente durante varios minutos. ¡Menudo lujo y menudo regalo! Así estuvo hasta que el sol cayó y empezó a ganar terrenos la oscuridad. En ese momento se subió a una roca donde poco a poco se quedaría dormida. Allí la dejamos, descansando sobre la roca. Ahora nos tocaba descansar a nosotros asique nos fuimos hacia el hotel.
Lince ibérico tras las rocas |
Lince ibérico |
Lince ibérico |
Lince ibérico |
Al día siguiente amaneció lloviendo. Sería un día algo más complicado para dar con el lince. A primera ahora nos plantamos en el punto del día anterior para ver si, con suerte, aparecía en el mismo sitio. Pero no tuvimos tanta suerte. Estuvimos un buen rato bajo la lluvia, mojándonos un poco, sin éxito.
El resto del día lo pasaríamos por la zona, camino arriba, camino abajo en busca del felino. Y aunque el día empezó mal, el cielo comenzó a abrirse, buitres y águilas fueron apareciendo. Los mochuelos europeos comenzaron batalla de reclamos. Sonaba uno e inmediatamente le contestaban tres. Así prácticamente toda la mañana. Aunque la protagonista fue un águila pescadora posada en lo alto de una piedra en mitad de la sierra de Andújar. Una chulada que posiblemente esté de invernada en alguno de los embalses cercanos.
Buitre negro |
Mochuelo europeo
Tras prácticamente toda la mañana buscando al felino, ni nosotros, ni ninguna de las personas que estaban estratégicamente colocadas a lo largo del camino, localizaron al lince. Comimos allí mismo, continuando la búsqueda y deseando verlo. Sería difícil verlo tan bien como el día anterior, pero nos contentábamos con un último encuentro para despedirnos. Ya volviendo tuvimos una oportunidad ya que un par de personas lo encontraron cruzando una pista pero se adentró en la vegetación, entre los acebuches y desapareció sin que apenas le viésemos.
Sería duro saber que estaba ahí y que tarde o temprano saldría pero que nos iríamos sin verlo porque teníamos todavía un largo viaje de vuelta. Aunque no lo viésemos tan bien como el día anterior, la experiencia fue brutal, el paisaje mediterráneo, sus habitantes y el ambiente lo convierten en un santuario donde se esconde la discreta silueta del lince ibérico.
¡Hasta pronto!
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