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sábado, 11 de noviembre de 2023

Laguna de Gallocanta

¡Hola pechiazules!
En esta ocasión estuvimos en la Reserva Natural Dirigida de la Laguna de Gallocanta, en un viaje exprés de dos días en el que pudimos empaparnos de la riqueza de este lugar y por supuesto del griterío y los vuelos de las grullas. Fue una experiencia única y eso que este año la laguna no vive su mejor momento ni por nivel de agua ni por cantidad de grullas ya que están tardando más de lo habitual en llegar, posiblemente por él tiempo de vientos y lluvias que hemos tenido entre finales de octubre y principios de noviembre. Pero bueno, no doy más rodeos y voy con la crónica del viaje.

Bando de grulla común (Grus grus)

Salíamos de Madrid un pequeño grupo de pajareras dispuestas a darlo todo. En un corto y fugaz viaje por la carretera de Barcelona acabamos tomando un café en un pueblito aragonés del que parte una fantástica ruta entre cortados rocosos y bosques dorados vestidos de otoño. El paisaje sin duda alguna fue una de las piezas claves de esta visita y en general del viaje. Atravesando altas paredes calcáreas empezamos la ruta señalando al poco tiempo la silueta de los buitres posados sobre las rocas. En seguida el festín de aves comenzó y pronto vimos a la lavandera cascadeña en la orilla del río, moviendo su cola arriba y abajo y mostrando su maravilloso plumaje amarillo. 

Entrada al cañón
Buitre leonado (Gyps fulvus)

Entre los árboles se dejaban ver carboneros y herrerillos, los mirlos nos volvieron locos con sus idas y venidas y al rato pudimos encontrarnos con uno de los enormes bandos de grajillas que dominan el lugar. Estaban preciosas asomadas en el cortado. En el cielo, tímidamente se dejaban ver los atrevidos aviones roqueros que se niegan a migrar y que se quedan en el mismo cortado en el que criaron meses atrás. 
Colirrojo tizón (Phoenicurus ochruros)
Carbonero común (Parus major)
Grajilla occidental (Corvus monedula)

En la zona forestal que acompaña al río, se escuchaba el sonido del chochín, del cetia ruiseñor y las currucas capirotadas. Viendo que los dos primeros se negaban a dejarse ver, nos deleitamos con un precioso macho de capirotada que poso para nosotros mientras pinzones y verderones salían despavoridos hacia las sabinas que adornan las rocosas laderas del cañón. 

Macho de curruca capirotada (Sylvia atricapilla)

Buitres y más buitres, no dejaban de pasar sus enormes siluetas sobre nuestras cabezas, algo imponente pero agradable y quedaba perfectamente acompañado con el escarpado paisaje. Seguíamos añadiendo especies a la lista y en este caso se trataba de una desvergonzada familia de mitos que estuvo, junto con carboneros, herrerillos, trepadores y agateadores, dándonos recitales de su agilidad y fluidez como trapecistas. En lo denso del bosque, entre laberintos de rocas, el río dibujaba un apartado meandro donde la vida se calmaba. El sonido de las doradas hojas bailando en las ramas era lo único que se escuchaba junto con nuestras pisadas. Al poco, de una rama salió un gavilán escandalizado por nuestra presencia en su rincón de tranquilidad. Fue fugaz pero por fin nos cruzábamos con él, llevábamos años viendo en este rincón los indicios de su presencia y sus hábitos predatorios. 

Mito común (Aegithalos caudatus)
Mosquitero común (Phylloscopus collybita)

Poco a poco nos acercábamos a la hora de comer y lo único que se oía además del rugir de nuestros estómagos era el discreto reclamo de los zorzales en vuelo que pasaban de aquí para allá, y de arriba a abajo del cañón. Entre las ramas o en lo alto del cortado, en todos lados. Prácticamente imposible verlos quietos o fotografiarlos. O eso creíamos hasta que uno quedo petrificado en lo alto del cortado y pudimos verlo como mandan los cánones. Zorzal común, sin lugar a duda.

Zorzal común (Turdus philomelos)
Paisaje otoñal junto a la zona donde comimos

Seguíamos avanzando hasta que alcanzamos la zona de comida, una amplia zona con el cielo visible para vigilar siluetas de buitres y lo que pudiera pasar. Allí disfrutamos de nuestros bocatas, tortillas de trigueros campestres, frutas e higos, una comida que como siempre sabe mejor en el campo después de un día de caminata.

A la vuelta se sumaron algunas especies a la lista, arrendajos, chovas, y algún que otro zorzal que se dignaba a quedarse quieto. Pero sin duda hubo un ave que nos cautivó. Fue un macho de jilguero lugano que vino a posarse a nuestro lado. Estuvimos viéndole a través del telescopio durante un buen rato hasta que se metió en el bosque y despareció. Un bonito encuentro y uno de los primeros de la temporada.

Chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax)

Macho de jilguero lúgano (Spinus spinus)

La siguiente parada sería directamente la Laguna de Gallocanta. Llegábamos al atardecer, con el sol apunto de ponerse sobre el horizonte. Por el camino al observatorio vimos varios banditos de escribanos trigueros agrupándose para entrar a dormidero. Junto a ellos bandos de gorriones y un macho de aguilucho pálido dando vueltas a ver si podía merendar antes de acostarse. En la laguna se acumulaban combatientes, cercetas, agachadizas, gaviotas reidoras avefrías, ánades rabudos, tarros blancos, etc. El nivel del agua era bajo y se agrupaban todos en la pequeña lámina de agua que asomaba por uno de los laterales de la laguna.

Bando de gaviota reidora (Chroicocephalus ridibundus)

De fondo y a cuenta gotas empezaron a aparecer las grullas. El viento impedía que oyésemos sus evocadores trompeteos pero enseguida empezaron a llegar más y más grupos hasta que el bando empezó a ser cada vez más grande. Quedaba poca luz y el sol teñía de rojo el cielo sobre la laguna. Mientras los últimos vuelos del día de un esmerejón tenían lugar frente a nosotros, perseguía a los bandos de escribanos trigueros y prácticamente forzábamos la vista para no perderlo. Ya casi no quedaba luz. Si pensabais que el tráfico de grullas había cesado, estabais equivocados. Los bandos seguían llegando, algunos se agrupaban al fondo de la laguna, donde parecía que pasarían la noche y otras se quedaban más cerca, en la orilla como haciendo de reclamo para que grupos de rezagadas se fueran uniendo en uno gigante. Ya se acababa la tarde. Cerrábamos el día con un aguilucho pálido jovencito que probaba suerte por encima del carrizo en el que los escribanos trigueros se habían refugiado del esmerejón. A nuestro alrededor no se veía prácticamente nada, la oscuridad lo había inundado todo.

Pueblo de Gallocanta al atardecer

Atardecer
Bando de grulla común (Grus grus) antes de entrar al dormidero

Grulla común (Grus grus)

Hembra de esmerejón (Falco columbarius)

Hembra de aguilucho pálido (Circus cyaneus)

Al día siguiente tocaba madrugón. Salimos de noche para llegar antes del amanecer. Y al llegar a la laguna, el trompeteo comenzaba. Las mismas grullas que habíamos visto llegar la tarde de antes, se ponían ahora en marcha y levantaban el vuelo en dirección a los campos donde se alimentan. El estruendo era maravilloso. La luz una delicia. Además de las grullas también pudimos ver tarros blancos, avefrías y aguiluchos tanto lagunero como pálido. Se ve que en esta parte de la laguna hacen dormidero y se agrupan varios ejemplares. El sol estaba apunto de salir y las grullas ya se extendían por los labrados del horizonte, una fila de bolitas grises adornaba los rojizos cultivos. Por encima una silueta grande aparecía. Una solitaria avutarda. Lástima no haberla visto con tiempo. También tuvimos suerte de poder acercarnos a un grupo de grullas que estaba descansando junto al camino de vuelta. Las saludamos y esperamos a que se marcharan con sus compañeras.

Amanecer en Gallocanta

Bando de grulla común (Grus grus)

Grupo de corzos (Capreolus capreolus)

Bando de grulla común (Grus grus)

Bando de grulla común (Grus grus)

Grupo de grulla común (Grusgrus)

Aguilucho lagunero (Circus aeruginosus)

Después de una mañana grullera volvimos al hotel para disfrutar de un café con churros y unos buenos huevos revueltos con beicon. Cogiendo fuerzas para el resto del día.

Empezamos antes de la comida en algunas balsas cercanas a la laguna. Allí en ocasiones se acercan algunas limícolas a alimentarse en la orilla donde el agua de forma natural surge del suelo e inunda la superficie. Si embargo está vez estaba todo muy parado. Pardillos, alondras y bisbitas amenizaron la visita, pero en general vimos pocas aves en ese punto. Para la comida paramos de nuevo entre paredes verticales y buitres, en esta ocasión gracias a un chivatazo de un compañero sobre el avistamiento de un treparriscos. Entramos a la hoz y los buitres no tardaron en aparecer. La zona es maravillosa y te sientes diminuto entre tales cortados con siluetas tan enormes volando a diestro y siniestro. Por suerte, con nuestros prismáticos, nos dimos cuenta de que no todas las siluetas eran de buitres. Un precioso adulto de águila real nos daba la bienvenida al lugar.

Buitre leonado (Gyps fulvus)

Buitre leonado (Gyps fulvus)

Áquila real (Aquila chrysaetos)

Por el camino reyezuelos, currucas rabilargas y petirrojos nos daban las buenas tardes y nos indicaban por dónde seguía el camino. Poco a poco fuimos avanzando y no tardó en aparecer la silueta de un ave que echamos de menos el día anterior. Se trata del roquero solitario. Posado en los alto del cañón y poniéndose las botas. Desde su oteadero vigilaba el tráfico aéreo de invertebrados y en cuanto veía alguno que era alcanzable se lanzaba con un vuelo acrobático y para el buche. Así estuvo un rato con algunas polillas y otros bichos. Nosotros mientras tanto sentados disfrutando. Solo echamos de menos unas palomitas para contemplar el espectáculo. Cuando parecía que no se saciaba, una nueva silueta en el cielo desvió nuestra atención. Un precioso halcón peregrino volando como una flecha. Nos voló cerca hasta que se se ocultó tras la pared. Allí estuvimos hasta la hora de comer, buscando al treparriscos sin éxito. Una vez más nos daba esquinazo, pero es que la hoz es enorme, los kilómetros de laberintos son muchos y las paredes inmensas. Es muy posible que, este pequeño bromista que juega al escondite con nosotros, se haya cambiado de pared. Aun así pasamos una mañana fantástica en un rincón para no olvidar.

Halcón peregrino (Falco peregrinus)

Macho de roquero solitario (Monticola solitarius)

Escribano montesino (Emberiza cia)

Tras la comida nos adentramos en los cultivos de Gallocanta, buscando esteparias y grullas, pero principalmente grullas. No tardamos nada en encontrarnos un bando de avefrías muy cerca de la carretera y nos permitieron observar sus maravillosos plumajes. Algunos ejemplares estaban en plena muda, tanto jóvenes como algunos adultos. En unas semanas estarán vistiendo su mejor y renovada imagen. No tuvimos que avanzar mucho para encontrarnos con el primer grupo de grullas. Tranquilas, alimentándose en los campos de cultivo. Era un gran grupo. Estuvimos allí observándolas con el telescopio como comían hasta que algo las levantó bruscamente y se fueron despavoridas posándose más a nuestra izquierda, algo a la derecha les había asustado mucho. Este comportamiento lo hemos observado otros cuando hay águilas reales cerca, pero en el cielo no se veía ni una sola silueta. Allí estuvieron un rato más hasta que se marcharon para agruparse con el millar de aves que se habían censado en la laguna estos días.

Avefría europea (Vanellus vanellus)

Grupo de grulla común (Grus grus)

Bando de grulla común (Grus grus)

Macho de aguilucho pálido (Circus cyaneus)

Cernícalo vulgar (Falco tinnunculus)

Cernicalo vulgar (Falco tinnunculus) perseguido por corneja negra (Corvus corone)

Escribano triguero (Emberiza calandra)

Aguilucho lagunero (Circus aeruginosus)

Visitamos más zonas de cultivo en busca de esteparias y nos encontramos con algún esmerejón y varios cernícalos. Dos de ellos estaban muy concentrados en un juego de persecución y vuelos acrobáticos hasta que llegaron dos cornejas para acabar con la diversión. En la balsa cercana los gorriones molineros, escribanos trigueros, lavanderas blancas y algún que otro jilguero lúgano bebían agua antes de entrar a dormidero. El cielo enrojecía. El atardecer era inminente. No nos queríamos ir sin despedirnos de las grullas por lo que nos acercamos hasta el centro de visitantes para saludar a Carmina, despedirnos de las grullas y ver nuestra última especie de la lista. Un hermoso busardo ratonero luciendo una blanca media luna en el pecho que parecía naranja a las luces del ocaso. Una despedida fantástica para un viaje magnífico. 

¡Hasta pronto pechiazules!

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