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jueves, 9 de noviembre de 2023

Alto Tajo

¡Hola pechiazules!

Esta vez os cuento nuestra visita al Alto Tajo, uno de los espacios protegidos más grandes de la Península. En su inmensidad, los cañones, hoces, bosques infinitos y parameras, crean un mágico y hermoso lugar de gran riqueza y biodiversidad. Evidentemente no pudimos visitar el total del parque, pero sí algunos de sus rincones más valiosos. Fue un fantástico día de otoño, con muy buenas observaciones de aves aunque algunas se nos quedaron para otra visita. Os lo cuento todo más abajo. ¡Empezamos!

Buitre leonado (Gyps fulvus)

Salimos de Madrid y con el cambio de hora salíamos una vez había amanecido. Esto parecía una nimiedad, pero al atardecer lo pagaríamos. Nuestra primera parada los cortados del río Tajo. La ruta comenzaba entre huertos y frutales a las afueras de un coqueto pueblito guadalajareño. Por allí se movía una multitud de aves empezábamos con el sonido de los petirrojos y el chascar de las currucas capirotadas. Poco a poco los bando de jilgueros y pinzones iban apareciendo. En las laderas de enebros y sabinas se movían los mirlos. Hubo que chequearlos a todos, ningún mirlo se podía ir sin ser correctamente identificado ¿Por qué? Porque este territorio es lugar de invernada de un grupo interesante de túrdidos entre los que se encuentra el mirlo capiblanco. Desafortunadamente todos fueros mirlos comunes. Sí que pudimos ver algún zorzal común pero ninguno llegado de más lejos.

Paisaje del Alto Tajo

A pesar de que estaba lleno de colirrojos tizones, el ave que captó más nuestra atención fue el picogordo. Varios ejemplares nos sobrevolaban, reclamaban y desaparecían entre hojas y ramas. Así estuvimos un rato, viéndolos pasar fugazmente o escuchando solo su discreto reclamo. Hasta que Pilar encontró uno posado en lo alto de un árbol. ¡Bingo! Pudimos verle bien y disfrutarlo con el telescopio.

Junto al camino pudimos ver también algunos mosquiteros y un precioso ejemplar de alcaudón real. Así estuvimos un rato entretenidos, con herrerillos, carboneros, trepadores azules, lavanderas cascadeñas, chochines e incluso una sorprendente cantidad de arrendajos que salían de todos los rincones. Uno tras otro iban apareciendo en vuelo, posados etc. No paramos de verlos por todas partes. A medida que avanzaba la mañana, las grandes rapaces empezaron a animarse con los primeros rayos de sol que se atrevían a romper el muro de nubes que cubría el cielo. En primer lugar aparecieron las típicas nubes de buitres que giran en busca de corrientes de aire ascendentes. Los buitres se agrupaban para compartir las térmicas y nosotros chequeábamos cada una de sus siluetas en busca de rapaces distintas. El primero en hacer entrada en escena fue el halcón peregrino. Diminuto si se acercaba a los buitres, pero estuvo un rato dando vueltas por el cielo, así nos dejó coger práctica par air aprendiéndonos su silueta.

Pinzón vulgar (Fringilla coelebs)  arriba izquierda y abajo derecha, alcaudón real ibérico (Lanius meridionalis) arriba derecha, y herrerillo común (Cyanistes caeruleus) abajo izquierda. Fotos de Estanislao Sáez

Más tarde, y ya metidos en los bosques de pino laricio, la diversidad de aves bajaba un poco. Es habitual tras una zona tan heterogénea como son huertos, riberas y lindes, pasar a bosques monoespecíficos hizo que la diversidad de aves bajase. Aún así mitos, agateadores y herrerillos capuchinos nos tuvieron distraídos un buen rato. En el cielo nuevas rapaces fueron animándose a la fiesta de buitres montada sobre nuestras cabezas. Primero un cernícalo y poco después una preciosa águila real. Un majestuoso adulto con una envergadura imponente que nos dio varias pasadas por encima, permitiéndonos diferenciar su silueta.

Águila real (Aquila chrysaetos)

Como alguno en el grupo tenía todavía algunas dudas sobre cómo diferenciar su silueta de los buitres o del águila imperial, cogimos la guía de aves e hicimos una pequeña explicación para resolver las dudas planteadas. En seguida, estos alumnos aventajados, lo pillaron a la primera y a la que volvió a aparecer fueron ellos quienes la identificaron. Por si acaso, dejamos una pequeña lámina para identificar la silueta del águila real que ya publicamos en nuestra entrada al blog de Siluetas de rapaces II.

Lámina de águila real (Aquila chrysaetos)

Una vez llegamos al final de nuestro recorrido el paisaje nos hipnotizaba. El río Tajo llegaba con fuerza y unas aguas turquesas que atravesaban el estrecho cañón, formando rápidos. En las paredes tobaceas el agua rezumaba, creando pequeñas cascadas en mitad del camino. Las laderas de umbría se vestían de colores otoñales mezclados con el verde de los pinos laricios. Un rincón magnífico en el que aprovechamos para hacer una breve parada, comer algo y al mismo tiempo seguir buscando, en el cielo, la silueta de alguna nueva rapaz. El águila perdicera, emblema del parque, fue la que más ganas teníamos de cruzarnos, sin embargo fue la primera en darnos esquinazo. En su lugar cernícalos y gavilanes hacían su entrada en escena "intentando compensar" la ausencia del águila perdicera.

Paisaje del Alto Tajo
Pequeña surgencia de agua en una toba.

Sin éxito en la búsqueda del águila perdicera, continuamos nuestro camino de vuelta al pueblo para comer en un encantador merendero. Antes de llegar y entre cuervos y cornejas, una pequeña nube de grullas aparecía en el horizonte de las laderas. Por fin había movimiento de grullas en la Península. Después de varias semanas echándolas de menos, nos cruzábamos con bandos en migración. Aun así grupos pequeños en comparación con los que se pueden observar otros años por estas fechas.

Grupo de grulla común (Grus grus)

Cerca del merendero, mientras dábamos cuenta de nuestros almuerzos, podíamos escuchar el reclamos de los jilgueros lúganos, una pequeña pista del cambio de estación. Un café en el pueblo y ya estábamos listos para cambiar de lugar.

Nos montamos en la furgoneta y tras 30 minutos de carreteras entre sabinas y enebros en los que no nos cruzamos con ninguna persona, llegamos a nuestro siguiente punto, en este caso al norte del Parque Natural del Alto Tajo. Empezábamos la ruta a la sobra de un torreón islámico al inicio del cañón. Avanzando despacio y como siempre vigilando la identidad de todos los mirlos, localizamos varios bandos de pinzones, carboneros, herrerillos y grupos dispersos de zorzales. Aunque solo encontramos charlos y comunes es muy posible que allí hubiera algo más, principalmente por el tamaño del bando. Avanzamos siguiendo el curso del río y contemplando a los buitres aterrizar sobre las paredes verticales. Aunque las habíamos echado de menos en los cortados del Tajo, ahora sí nos encontrábamos con las chovas piquirrojas, sobrevolando el cañón y amenizando el paseo con sus evocadores gritos.

Buitre leonado (Gyps fulvus). Foto de Estanislao Sáez

Bando de gorriones chillones (Petronia petronia). Foto de Estanislao Sáez

Roquero solitario (Monticola solitarius) Foto de Estanislao Sáez

Lo estábamos pasando en grande hasta que las crecidas del río a causa de las lluvias nos aguaron la fiesta, y nunca mejor dicho. El río atravesaba con fuerza todo el camino, imposible pasar. Aunque lo intentamos hubo que darse la vuelta, también con intención de tener tiempo para una última parada. Rehicimos el camino, en este caso ya de vuelta, y fuimos parando en busca del roquero solitario. Nos costó un poco, aunque nos sirvió para ver a un grupo de gorriones chillones en lo alto del cañón mientras los aviones roqueros sobrevolaban los cortados. Finalmente, posado sobre una roca y reluciendo como un zafiro, el azul de un macho de roquero solitario brillaba sobre una pequeña roca. Nos relamimos con la observación y disfrutamos de su presencia. Nos estábamos retrasando y el sol poco a poco se iba ocultando entre las sabinas del horizonte. Por si fuera poco una preciosa hembra de gavilán intentó capturar un pinzón en nuestras narices. Nos dio un recital de vuelo y se marchó a otro lugar donde no estuviera lleno de mirones con prismáticos.

Gavilán común (Accipiter nisus)

Poco tiempo de luz nos quedaba y todavía queríamos adentrarnos entre sabinas y enebros para ir probar suerte de nuevo con el mirlo capiblanco. Sin embargo, cuando llegamos al punto clave, el sol ya había caído y había muy poca luz, una vez más nos daba esquinazo. Sí que se oía bastante mirlo común dando vueltas y alterado por nuestra presencia, pero imposible para verlos. En la cálida luz del ocaso logramos escuchar, tenuemente, más bandos de grullas en migración. Buenas noticias para salidas futuras. Ya prácticamente sin luz solo nos quedaba ver Júpiter y Saturno a través del telescopio y disfrutar de sus lunas galileanas y sus anillos respectivamente. Perfecto para cerrar un día que se nos hizo corto y del que guardaremos un buen recuerdo por el buen ambiente que creo el grupo.

¡Hasta pronto pechiazules!

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