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jueves, 2 de noviembre de 2023

Calera y Chozas y Emblase de Rosarito

Hola de nuevo.

Este año queríamos estrenar el mes de noviembre con una visita a las llanuras y estepas de Calera y Chozas en busca de aves como la avutarda, el sisón o la ganga ortega y, como ya es costumbre, solemos acompañar esta visita con un recorrido por el embalse de Rosarito, una forma de dar la bienvenida a las grullas en su vuelta a la Península. Con el tiempo como loco, logramos sacarle jugo al día con casi 70 especies de aves. A pesar de que en un principio dieran lluvia, el día se portó y logramos cumplir casi todos nuestros objetivos. Solo nos quedó localizar a las avutardas, que esta vez no pudo ser. Os cuento qué pasó y todo lo que vimos en esta crónica toledana.

Pareja de águila imperial ibérica (Aquila adalberti) damero izquierda, adulto derecha.

Después del cambio de hora de la semana anterior, salíamos del punto de encuentro cuando ya había amanecido. El grupo estaba con ganas asique no nos retrasamos mucho. Nuestra primera parada, a algo más de 100 kilómetros de la capital, las llanuras de Calera y Chozas. un rincón maravilloso catalogado como IBA, LIC y ZEPA. Sus principales atractivos, las aves esteparias, pero sobre todo la abundancia de hábitats de interés comunitario en las dehesas de encinas que rodean a las estepas. 

A pesar de venir todo el camino lloviendo, lo que nos vino bien para quitar el barro de la furgoneta de salidas anteriores como Navaseca y Campo de CalatravaSubmeseta sur toledana, cuando llegamos al inicio del camino que atraviesa el espacio, la lluvia poco a poco cesó. 

Ya desde ahí, pudimos ver un par de alcaudones reales ibéricos posados en las vallas que separan las inmensas parcelas donde también se movían enormes e inquietos bandos de pardillos, bisbitas pratenses y escribanos trigueros. De entrada parecía que el día prometía. Mientras contemplábamos cómo algunas cogujadas comunes y tarabillas europeas se balanceaban en el alambre de espino, un precioso elanio entró en acción revolucionando a todos los pequeños pájaros que andaban por esa zona. En un visto y no visto el ave desapareció, se esfumó, no le vimos posarse ni marchar volando, simplemente nos despistó. 

Grupo observando rapaces y esteparias en Calera y Chozas

Poco a poco fuimos avanzando entre parcelas llenas de vegetación encargada de ocultar a jilgueros y pardillos. Estaban todos muy activos tras el parón del chaparrón. Al poco logramos detectar, posado en un poste, una preciosa hembra de esmerejón. Tratamos de verla desde otro punto pero de forma desconfiada cambió de posadero. Aprovechando el cambio de oteadero buscamos incesantemente alguna nueva especie, a poder ser esteparia. Avanzamos un poco más hasta el siguiente punto de observación y allí sí que nos pondríamos las botas.

Hembra de esmerejón (Falco columbarius)

Todo empezó con un diminuto buitrón y acabó siendo un desfile de rapaces. Milanos reales y aguiluchos laguneros rondaban los campos de cultivo, algunos volando muy bajo con evidentes intenciones de capturar comida caliente. Mientras, de fondo, una fila de buitres levantaba de las colinas. Las enormes siluetas de varios buitres leonados, acompañados de buitres negros avanzaban en vuelo rasante por los campos de cultivo. Seguro que cerca había algo de carroña. Allí estuvimos un rato, esperando la acción. En lo que esperábamos, chequeamos los campos y logramos encontrar un pequeño grupo de agachadizas haciendo uso de uno de los abundantes charcos que, tras las lluvias, dominan las estepas. Avefrías y estorninos danzaban en el aire al paso de las rapaces, levantadas por el temor a ser presa de laguneros y milanos. De pronto, mientras chequeábamos el horizonte, dos enormes figuras se cruzan en nuestro campo de visión. Se trata de un precioso adulto de águila imperial ibérica, acompañada de un ejemplar inmaduro. Que bella estampa. El cielo gris con el fondo de las estepas y las dos águilas puestas en sus atalayas a la espera de su entrada en escena. Pronto se pelearían con buitres e incluso con un tercer inmaduro que llegó más tarde. Se ve que la comida no debía andar lejos, porque además de cazadora, la imperial también acude a carroñas.

Grupo de avefrías europeas (Vanellus vanellus)

Pareja de águila imperial ibérica (Aquila adalberti) damero izquierda, adulto derecha.


Águila imperial ibérica (Aquila adlaberti)

Por si fuera poco, a este festín de aves que haría salivar a cualquier pajarero, se unió el descubrimiento de Ana, un trío de sisones, preciosos, puestos casi a placer justo debajo del posadero de las imperiales. Parecía imposible que se nos hubiera pasado por alto ese detalle. Estuvimos recreándonos en aquel punto durante casi una hora. Los buitres levantaban, las imperiales nos hacían demostraciones de vuelo, los sisones empezaban a mezclarse con las avefrías... En fin, un constante ajetreo digno de un día después de lluvia.


Grupo de sisón común (Tetrax tetrax)

Nos movimos un poco en busca de nuevas especies. Hasta el siguiente punto desde el que encontraríamos, entre palomas bravías, una docena de preciosas gangas ortegas. Algo lejanas y con el telescopio vibrando a causa del viento, pudimos verlas bien entre los terrones del labrado. Como otros años, esa parcela siempre nos regala algunas gangas. Poco a poco el estómago empezaba a canturrear su ya famoso ronroneo de media mañana y todavía nos quedaba mucho camino por recorrer. Visitamos algún que otro rincón pero a penas logramos sumar especies nuevas. Grajillas, cornejas, cuervos, urracas, cernícalos y un bando enorme de gorriones morunos con comunes fueron las últimas observaciones de la mañana.

A lo ahora de la comida, en nuestro tradicional rincón junto al Tajo, el mal tiempo sería el protagonista, obligándonos a comer bajo techo, en vez de en las mesas de su ribera. Tras el chaparrón, una parada a tomar café para entrar en calor y reponer fuerzas. Ya estábamos listos para continuar la aventura, en esta ocasión, por los embalses del valle del Tiétar. 

Refugiados bajo una encina observando aves acuáticas en el embalse

En nuestra primera parada de la tarde, tuvimos que refugiarnos bajo una encina, esperando que el tiempo mejorara. En cambio, a nuestro alrededor, cucharas, garcetas comunes, garzas reales y fochas parecían ajenas a la cortina de agua que caía. Ellas están acostumbradas al contacto con el agua, sin embargo, un pequeño alcaudón real parecía ajeno a la lluvia y a nuestra presencia. Ana, en este caso otra distinta a la que encontró los sisones, localizó también un precioso ejemplar de martín pescador posado sobre una roca. ¡Menudos colores bonitos tiene este pájaro! Allí, habitualmente nos encontramos con las primeras grullas, entre las dehesas y en la orilla del embalse. En cambio, este año, se están haciendo de rogar. Tanto en su paso migratorio por la Península Ibérica, como la llegada a sus puntos de invernada, parece que este año las grullas están demorando su regreso.

Ana tras localizar el martín pescador
Alcaudón real (Lanius meridionalis) Foto de Jesús Serrano

Alcaudón real (Lanius meridionalis) Foto de Jesús Serrano

Poco a poco se fue abriendo el cielo. Como si de una especie en peligro de extinción se tratase nos quedamos contemplando el cielo azul, embobados. La tarde se quedaría con una luz magnífica. Al fondo Gredos comenzaba a asomar entre las nubes, y buitres leonados, buitres negros y milanos reales no desaprovecharon la ocasión y en seguida empezaron a ciclear. A la fiesta de rapaces se unieron tres especies, aunque ellas no ciclearon. De la nada y como una flecha, un desagradecido azor nos pasó volando muy cerca. No quiso quedarse a saludar. Algo más lejos, pero en esta ocasión con más "educación" que el azor, un halcón peregrino planeaba en contra del viento, ralentizando su avance y permitiéndonos observarlo con claridad. Así sí, aprende un poco señor azor. También menuda ironía, el animal más rápido del planeta, ralentizando el vuelo y disfrutando de su lenta velocidad. Por último un pequeño gavilán sobrevoló la superficie del embalse cogiendo poco a poco altura. Parece que todos quisieran irse a dormir con el estómago lleno y aprovechar la tarde ahora que se había abierto el cielo.

Ánades azulones (Anas platyrhynchos) y cormorán grande (Phalacrocorax carbo) Foto de Jesús Serrano

Nosotros, mirando el reloj por el casi inminente atardecer, también cambiamos de lugar, acercándonos poco a poco a Rosarito. En nuestra segunda y última parada antes de esperar la entrada de grullas, nos pasamos por unas dehesas de encinas donde también hay un pequeño embalse. Allí solemos reencontrarnos con las grullas, pero este año, aquello estaba demasiado tranquilo, sin trompeteos de ningún tipo. Para animarnos un poco Ana, y no me refiero a ninguna de las dos anteriores (sí, en el grupo teníamos tres Anas distintas), en esta ocasión logró localizar una pareja de cigüeña negra. Ya las habíamos observado otros años pasando el invierno aquí y por lo visto no es raro que se queden en esta parte de Toledo. Cormoranes, garcetas grandes, cigüeñas blancas, garzas reales, avefrías, azulones y varios ratoneros dieron vidilla a esta visita algo tranquila a causa de la ausencia de las grullas.

Pareja de cigüeña negra (Ciconia nigra) joven izquierda y adulto derecha.

Con el temor de volvernos a Madrid sin haber visto u oído ni una sola grulla, pusimos rumbo al embalse de Rosarito. Nos acercamos hasta la orilla e imploramos en todos los idiomas la llegada de alguna grulla. En la orilla desde luego no se veía ninguna. Eso podía significar dos cosas, o que no habían entrado todavía o que no había grullas este año en Rosarito. ¡No ha habido espera con más tensión en todo el año! Mientras, en la orilla un precioso grupo de casi 40 espátulas descansaba en la orilla del embalse y se acicalaba el plumaje. 

...Croo, carr, croo, croo, carr...

¡Ahí están! ¡Grullas! Se nos encendieron los ojos y se nos activaron los sentidos. Tal y como habíamos indicado al grupo, las grullas entraban por donde siempre, se oían, las oíamos. Nunca hubo tantos nervios, nunca unas grullas fueron tan esperadas. 

Buitre leonado (Gyps fulvus) sobre un tendido aguantando el chaparrón.

A pesar de nuestro entusiasmo y emoción por ver los abundantes bandos que sobrevuelan por estas fechas el embalse de Rosarito, el bando de 16 grullas que pasó a contraluz sobre el embalse nos supo a poco. Estuvimos esperando la llegada de más bandos pero nunca llegaron. Fue bonito y dicen que lo bueno y breve dos veces bueno, pero hubiera estado muy bien ver los varios centenares de grullas que se ven anualmente por estas fechas. Lástima. Así es la naturaleza, impredecible, inesperada, misteriosa y es por eso que tiene tanto atractivo, sino siempre sabríamos qué esperar de cada visita, cada ruta o cada observación. 

Poco a poco el agua y la oscuridad empezó a adueñarse del embalse, por lo que pusimos camino de vuelta a la furgoneta antes de mojarnos en exceso. Consolados en haber visto al menos un pequeño grupo, rememoramos el trompeteo de esas atrevidas grullas y recordamos el festín de aves que nos habíamos pegado por la mañana. En el recuento, 67 especies de aves, una autentica pasada. Ahora tocaba descansar.

¡Hasta pronto!

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