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jueves, 21 de septiembre de 2023

Oso pardo en Somiedo

Hola de nuevo.

De nuestro último viaje por tierras leonesas y asturianas, nos traemos la memoria llena de imágenes, escenas y encuentros únicos en una tierra salvaje y misteriosa. Ciervos, zorros, corzos, rebecos, buitres, cárabos y el protagonista de este viaje, el oso pardo, fueron nuestros compañeros durante cuatro fantásticos días. 

Paisaje típico de Somiedo

Nuestra primera parada era la frontera entre León y Asturias: el parque natural de Cangas de Narcea, Degaña e Ibias. Este precioso paraje lo acompañó principalmente la lluvia. Con este tiempo la cámara de fotos se queda calentita y seca en la mochila. Y son los paisajes o en este caso las setas las verdaderas protagonistas de las fotos. 

Arriba Amanita vaginata Abajo de izquierda a derecha: Amanita vaginata, Amanita muscaria Lycoperdon nigrescens

En cuanto al tema de fauna estuvo muy entretenido con bandos de fringílidos en el puerto donde comimos. También vimos una pareja de herrerillos capuchinos y un bando de pardillos donde uno de ellos presentaba leucismo parcial. La mañana avanzaba entre lluvias y nieblas. Los ratoneros gritaban y sus vuelos y juegos con las cornejas nos distraían. También nos acercamos a una braña tradicional para ver más aves por la zona y hacer los primeros intentos de ver oso. Sin embargo una enorme tromba de agua nos hizo regresar hacia la furgoneta. Por suerte unos cachorros de mastín nos acompañaron hasta la puerta. La última parada del día sería para intentar ver osos. El tiempo no acompañaba mucho, pero tapados por la puerta de la furgoneta estuvimos mirando la montaña. Busardos ratoneros, escribanos cerillos, lavanderas cascadeñas, corzos y mucho paisano dándonos indicaciones de había donde se movían los osos. Sin embargo, a pesar de tan generosas recomendaciones, finalmente no vimos ninguno. No siempre se ven, es lo que mantiene el atractivo de esta afición. Con ganas de más nos montamos en la furgo en dirección el hotel, las tripas ya rugían de hambre.

Caminando entre la lluvia.

Retomamos la búsqueda pronto por la mañana. A primera hora, antes de que el sol pinte de colores la montaña, ya estábamos escuchando a los ciervos berrear y a las cornejas gritar, un sonido que siempre nos evoca al norte de España. La espera fue muy cómoda prácticamente no hacía mucho frío no cuento y la luz era buena. Las primeras búsquedas resultaron satisfactorias. Ciervos, rebecos y zorros aparecían en nuestros telescopios. El oso pardo, en cambio, se negó a que ninguno de los allí presentes le viera. En cambio de aves estuvimos entretenidos con buitres leonados, petirrojos, lavanderas, currucas capirotadas, un magnifico busardo ratonero y una pobre hembra de gavilán perseguida por unas cornejas enfurecidas. La mañana fue fantástica y el rincón único. Volvimos satisfechos aunque con el oso pardo todavía por ver. Todavía quedaba suficiente viaje como para tener más oportunidades. 


Macho de ciervo europeo (Cervus elaphus)

Después de dar cuenta de un buen desayuno hicimos una bonita ruta pero los amplios valles del Sur. Recorriendo los caminos localizamos escribano cerillos junto con pardillos y jilgueros. En las zonas de muros de piedra aparecían tarabillas y colirrojos y a lo lejos volaban chovas y busardos ratoneros. Una bonita variedad de aves en un paisaje increíble. De nuevo hacíamos la ruta bajo la dulce caricia de la lluvia. A lo largo del camino vimos también muchas lavanderas blancas acompañando a las vacas, moviéndose con cautela entre las patas y junto al hocico. Junto a estas insensatas valientes, también observamos bisbita pratense y alpino, y lo más curioso de todo, lavanderas boyeras. Después de esta breve visita al valle cogimos nuestra comida y la disfrutamos viendo a los buitres dar vueltas por las peñas cercanas.

Paisaje de los valles del sur del Parque Natural de Somiedo

La tarde, después del café, la pasaríamos en una braña, entre teitos y muros de piedra. Para la búsqueda del oso pardo, seguiríamos las recomendaciones de los locales que frecuentemente se encuentran u observan al susodicho. Siguiendo el valle hacia arriba, y sin perder de vista las laderas, iniciamos el camino. Los escribanos cerillos y los montesinos se mostraban con descaro a nuestra llegada, mientras zorzales charlos, cernícalos y busardos nos daban bastante juego posados en diferentes perchas. Poco a poco fue oscureciendo y corzos, ciervos y rebecos se dejaban ver con relativa facilidad, en cambio el gato montes o el oso pardo dejaron nuestro encuentro con ellos, en tareas pendientes.

El teito es un tipo de construcción típica de Somiedo
Paisaje típico de Somiedo con las laderas donde buscamos al oso.

Amanecía despejado y con previsión de buen tiempo. Sin embargo, la temperatura fue bastante baja, más que ningún día. Las esperanzas estaban puestas en nuestro mirador de siempre, donde otros años nos habíamos cruzado con el oso pardo. Llevábamos ya tres días y nuestra ilusión de encontrarnos con él palpitaba dentro de nosotros con más fuerza. Sin embargo después de varias horas mirando no hubo éxito. A pesar de ello nos lo pasamos estupendamente observando la berrea. Ver al macho de ciervo en la ladera siguiendo a las hembras y dándolo todo con su bramido no tiene precio. A los rebecos, como siempre, los veíamos en las partes altas y por si fuera poco una pareja de zorros se hacía carantoñas y jugaba en una pradera cercana. Se ve que en Somiedo la vida salvaje encuentra respeto y admiración por los observadores de fauna.


Macho de ciervo europeo (Cervus elaphus)

Pareja de zorro rojo (Vulpes vulpes) haciéndose carantoñas.

Volvimos al hotel para disfrutar de nuestro desayuno. Como siempre magnífico. El día soleado parecía sonreírnos. Cogimos nuestros aparejos de pajareo, nuestro bocata, agua y la protección del sol, puesto que nos disponíamos a subir a más de 1700m en busca de aves típicas del piso su alpino. Aunque las dos estrellas del lugar estaban de día de descanso y no aparecieron, disfrutamos con el maravilloso paisaje, los bisbitas alpinos y las chovas piquirrojas y piquigualdas. Padrillos, tarabillas y un sin fin de colirrojos nos acompañaban. En la zona con mostajos escuchamos camachuelo y herrerillo capuchino. Con el calor los buitres leonados fueron saliendo, algunos con mucha soltura volaban muy pegados a nosotros. Las mariposas también se activaron y pudimos ver a la macaón, mucha Vanessa atalanta en migración, colias, blanquitas de la col, etc. Fue una mañana perfecta que culminó con un almuerzo con unas vistas espectaculares y una pequeña siesta al fresco de la montaña asturiana.

Vistas de los lagos glaciares
Buitre leonado (Gyps fulvus)
Busardo ratonero (Buteo buteo)
Bando de chova piquigualda (Pyrrhocorax graculus)
Rebaño de rebecos (Rupicapra rupicapra)

Tras estirar huesos y músculos, bajamos pacientemente por el mismo camino viendo diferencias entre algunas aves vistas por el camino, como aviones comunes y roqueros o chovas piquigualdas y piquirrojas, etc. La vuelta se nos hizo más corta con tanto entretenimiento. Pronto el primer sol de otoño empezaba ponerse y la sombra de la montaña se alargaba, refrescando la ladera donde estos días habían estado viendo a una hembra con cachorros. 

Paramos allí, nos pusimos cómodos y, como el resto de días, no paramos de mirar almendros, piedras, bordes de bosque, canchales, etc. Con las indicaciones de unos chicos muy majos que estaban por el mirador, seguimos el trayecto que la hembra había dibujado por la mañana, suponiendo, elucubrando o adivinando el posible camino que había escogido, con la fortuna que un grupo cercano a nosotros la había descubierto. Cogimos nuestros telescopios y nos acercamos para verla. Allí estaba, bajando la ladera por las rocas en una zona muy escarpada. Sus oseznos la seguían con cautela. Después del infanticidio las caídas de los oseznos por los pedregales son la segunda causa de muerte en el primer año de vida. Se le veía temerosos pero decididos. Poco a poco descendían y nuestros nervios estaban a flor de piel. Resbalaban y se tropezaban, cambiaban de camino y seguían como podían a su madre. La gente los buscaba en la montaña todavía sin verlos y tras unas breves indicaciones todo el mundo la localizó y siguió con atención cada paso de los oseznos. Afortunadamente fueron bajando hasta que se adentraron en el hayedo sanos y salvos. Bufff... ¡Qué bonito! 

Fuimos bajando poco a poco por la carretera y paramos en el lugar donde la habíamos perdido de vista. Ser veía denso e impenetrable, estuvimos un rato y no se movió ni una hoja, por lo que dimos por sentado que se había sentado en el bosque siguiendo su camino. Volvimos al coche y de nuevo al hotel a cenar donde pudimos brindar con ilusión y una enorme sonrisa dibujada en nuestros rostros. Por la noche el canto del cárabo se unía a la celebración.

Amanecimos para tratar de dar de nuevo con los osos. Con el subidón de la tarde anterior solo queríamos repetir. Sin embargo, nuestros amigos ciervos y rebecos pasearon juntos sin la presencia del oso. 

Avellanas comidas posiblemente por un roedor
Braña típica asturiana con sus teitos
Detalle de teito asturiano, típico de Somiedo

Tras el desayuno hicimos una ruta por los lugares que suelen frecuentar los osos. Bosques llenos de avellanas, algunas comidas por otros habitantes mas pequeños, y laderas repletas de mas avellanos. El camino subía a una preciosa braña tradicional en la que los vaqueiros subían al ganado en verano. Allí los teitos les cobijaban a ellos y al ganado. Una vida dura durante los meses que permanecían en la montaña. Las vistas del valle desde la altura son espectaculares y pudimos reconocer las laderas que tanto tiempo miramos en busca de los osos y donde otros años los hemos visto. 

Juvenil de lagarto verdinegro (Lacerta schreiberi)

A la bajada el calor que habíamos añorado los primeros días, se hacía notar. Sobre una mesa de picnic sacamos nuestra última comida juntos. Algunos sacaban preñados, empanadas y quesos locales. Buen final para un viaje maravilloso.

¡¡Hasta pronto!!

Como veis comimos fatal... 

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